Había una vez en el océano una pandilla de 3 peces que eran muy buenos amiguetes. Uno de
ellos era un delfín llamado Joey, otro era un caballito de mar llamado
Simón y el tercero era un tiburón martillo llamado Hammershark.
Les encantaba jugar nadando entre los barcos piratas hundidos. Se metían
dentro de la bodega, entrando y saliendo por ventanas y escotillas,
jugando entre los cañones al escondite, al pilla-pilla, y a todos los
juegos imaginables, aunque sabían que sus padres no les dejaban jugar en
sitios peligrosos o desconocidos así que nunca se alejaban mucho.
Un día, Hammershark tenía muchos deberes y por la tarde se quedó en casa
estudiando, así que se fueron a jugar Joey y Simón. Ese día, que
estaban ellos dos solos y eran más aventureros que Hammershark, se
fueron más allá del barco pirata y se adentraron en sitios desconocidos.
Para ir más rápido Simón se cogía muchas veces con su cola retorcida a
alguna aleta de Simón, que nadaba muy veloz. Al rato encontraron una
cueva, en la que se podía ver una tenue luz al fondo. Se miraron
mutuamente y pensaron: "no nos puede pasar nada malo yendo los dos
juntos!" así que nadaron lentamente dentro de la cueva submarina hacia
la luz.
Al llegar al final, vieron que la luz era debida al reflejo de un gran
tesoro con diamantes, monedas y armas, entre los que había un baúl
cerrado. Joey pensó que con su nariz podría abrir el baúl y empezó a
golpearlo. Con las vibraciones y los golpes, se empezaron a tambalear
las paredes y oyeron un gran estruendo en la entrada de la cueva. Fueron
nadando rápidamente y se encontraron que una piedra enorme había
taponado la entrada y no podían salir.
- Tal vez podríamos excavar un pequeño agujero para que salga yo que soy
más pequeño e iré a buscar a Hammershark, quien seguro nos podrá ayudar.
Dijo Simón.
- Tienes razón, asintió Joey mientras corría a buscar una lanza y una
espada que había visto junto al tesoro.
Empezaron a excavar hasta que vieron un pequeño rayo de luz y Simón se
pudo colar por la rendija. Nadó todo lo rápido que pudo, que no era
mucho, ya que los caballitos de mar solo tienen dos pequeñas aletas y en
cuanto llegó a casa de Hammershark toco en la persiana de su cuarto y le
contó lo sucedido. Hammershark le dijo a su mamá que ya había acabado
los deberes y pidió permiso para salir a jugar un ratito antes de cenar.
Hammershark y Simón fueron corriendo a ayudar a Joey sin decir nada a
sus padres. Hammershark empezó a golpear la gran piedra que bloqueaba la
entrada con fuerza pero solo conseguía hacer pequeñas hendiduras. Pensó
que era el momento de poner en práctica sus poderes de Invizimal y
poniendo toda su energía dió el golpe final, que consiguió romper la
piedra.
Joey salió contento y abrazó a sus dos amigos y se fueron nadando los tres hacia
casa prometiéndose que no volverían a adentrarse en lo
desconocido ni meterse en sitios peligrosos.
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